miércoles, septiembre 02, 2009

Aprende de tus sueños

"Paso por paso, muchas veces he tratado de confiar en la gente. Escucho y atiendo a sus movimientos, tratando de comprenderles y de integrarme para al fin encontrar mi sitio, pero siempre me tratan de una manera diferente, y al haberlos estudiado, eso me desconcierta. Me desespero y me convierto en una chica encerrada en un cementerio de estrellas, donde sólo veo nombres desconocidos para mí, grabados en lápidas de piedra en ruinas acompañadas por estatuas perfectas rodeadas y cubiertas por hiedras y plantas podridas por la humedad de aquel lugar muerto.
Tras cubrirme con la suciedad de la maleza al haberles quitado a aquellas personas inmóviles lo que parecía retenerlas, me quedé maravillada y absorta ante la belleza perfecta de todas ellas. Sus ojos sin vida me miran, observando a su vez al infinito con aquella sonrisa torcida y burlona tan característica de esas piedras. Me sentí humillada ante aquellas hermosas miradas, a la vez que ridícula al no merecer encontrarme allí, sentada sobre hojas secas, sucia y sin ningún ápice de belleza comparable a la de ellos. Después de haberles ayudado, todavía no merecía mi integración entre ellos y por esa misma razón, traté de hacerles cambiar de opinión bailando la melodía que ellos mismos elegirían.
Tras doce rítmicos pasos, aguanté la respiración y caminé descalza de puntillas, escuchando cómo las hojas se rompían a cada paso. Mantuve todo el peso sobre un pie, temblándome éste, y alcé una pierna hacia atrás, tan estirada como pude, para moverla hacia un lado formando con los brazos un jarrón.
Doblé la rodilla hacia atrás y comencé a dar vueltas sobre mí misma, esquivando con los brazos a las hojas verdes, vivas, que trataban de chocarse contra mí. Cuando estas hojas tocaban el suelo, se secaban y se mezclaban así con el resto.
Bajé la vista al suelo, sorprendiéndome al ver mis pies ensangrentados. Pero continué, tratando de esforzarme lo
máximo posible ignorando el dolor de mis pies.


Una vez terminada la danza macabra con una reverencia, me subí a una lápida sin estatua repleta de telas de araña y, olvidando el intenso dolor de mis pies, miré las estatuas buscando algún resquicio que mostrasen como señal.
La sonrisa, no sé cómo, había desaparecido, sustituyéndose por unos labios en una perfecta línea recta, aunque sus ojos habían adoptado cierta expresión burlona, es decir, lo hecho hasta ese momento no era suficiente.
Comencé a dudar que ése fuera mi sitio. Hiciera lo que hiciera, ¿acaso iba a ser útil?

Me bajé de la lápida y me eché en el suelo, sintiendo cómo varias heridas se abrían por diversas zonas de mi cuerpo, pero, ¿qué más daba?
Continué en el suelo, observando el cielo rodeado de copas de árboles desde mi perspectiva. Estaba completamente oscuro excepto por la pequeña luz blanca que comenzaba a sobresalir de una de las copas, aunque distorsionada por una nube.
Yo tenía que convertirme en esa luna, que brilla aunque no la miren o la tapen.
Me levanté algo dolorida y miré a las estatuas de nuevo. Una me observaba, inerte, con una sonrisa dulce, formando casi una sonrisa cariñosa.
Era un chico joven vestido con una túnica atada por la cintura que mostraba eternamente su torso y rostro, mientras que tapaba el cuerpo de cintura para abajo.

Su rostro de piedra estaba cubierto por un largo flequillo que le daba cierto aire de misterio.
Él posaba, ofreciéndome su mano como ayuda o como invitación a que me acercara.
El cementerio daba miedo.
Me acerqué a él de puntillas, dejando mis ensangrentadas huellas en todas las hojas que pisaba.

Me tambaleaba, torpe y algo débil, pero llegué a tocarle.
Cuando posé mi mano en la suya, gemí de dolor por el esfuerzo que me resultaba moverme, y él amplió su sonrisa al escuchar mi voz.
El viento sopló con fuerza entonces y suspiré de placer al notar la brisa en mi cara.
Comencé a cantar en voz baja una canción triste, referida a unas niñas que vivían en un castillo encerradas, sin permiso al amor.

La mirada del joven se iluminó por la luz lunar, casi viva. Y yo alcé mi voz, apoyando mi espalda en el torso del joven y deseando que cobrara vida para que me abrazara.
Y así ocurrió.
Él me envolvió entre sus brazos. Mi voz se llenó de altibajos indeseados, como gallitos, de repente. Pero continué cantando, tratando de evitar los errores, y así, para mi sorpresa, la estatua comenzó a reírse a carcajadas, abrazándome con fuerza.
Con demasiada fuerza.
Grité con toda la energía que tenía e intenté escapar, pataleando y forcejeando contra aquella inmovible roca. Sentía cómo mis costillas se rompían una a una. Mis gritos se ahogaron por la sangre que escupía y vomitaba mientras que el chico reía como un psicópata.
Disfrutaba de mi dolor.
Entonces me dejé asesinar por su abrazo, rendida.
Y así me desperté de mi sueño o pesadilla: agradeciéndole a mi asesino el que hiciera que me diera cuenta
de que nadie me querrá como soy, ni para el cariño y el amor que quiero y que por eso mismo, no puedo confiar en nadie."

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